La sustancia sonora de esta obra está formada por “sonidos-documento” que se expanden por el espacio para conformar una coreografía sonora, dialogando con sonidos puntuales, puntuaciones del espacio-tiempo, elementos que convocan a la ingravidez desde el dramatismo acentuado por la violencia de algunas de las secuencias sonoras desplegadas.
En esta situación de escucha la percepción se desorienta. Esta deslocalización, factor central de las “tierras de nadie”, implica una incertidumbre fomentada por la multiplicidad de las fuentes y por el movimiento del sonido, así como por una relativa disolución de algunas secuencias o sonidos aislados con ayuda de la tecnología electrónica y del montaje. Esa fluctuación en la escucha ayuda a crear además una indefinición en la descodificación de esos materiales, entendidos como signos.